Así el 31 de diciembre de 2019 marca no un cambio de año, ni de década, sino que un cambio de época. Se inaugura la era del Coronaceno y con ello un realineamiento global de las fuerzas y los materiales de los que el planeta está hecho. Semejante reordenamiento, cuyos alcances aún son desconocidos y que representan un intenso campo de disputa, imponen también un reordenamento de las categorías habituales de pensamiento que gobernaron las dinámicas engendradas por el pensamiento occidental, a la sazón dominante. Más que desplegarse finalmente un discurso hegemónico, lo que el nuevo escenario trae consigo son constructos dispares, oscilantes, que se conjugan circunstancialmente según los intereses, motivaciones y creencias de los actores sociales.
Hacia fines de marzo de 2020, en otro rincón del mundo, una pequeña localidad rural vivía su propia tragedia. En los albores del brote, un vecino anunciaba que un cataclismo desolaría Lolcura, asentada en las vecindades de la planta maderera de Forestal Mininco, propiedad de uno de los holdings más poderosos del país. El hombre comentaba a su hermano y sobrina acerca de la presencia de seres del dominio sobrenatural y que son parte del paisaje fantasmagórico que rige la vida de los seres humanos. Tal como se lo sugería su fe evangélica, se trataba de seres que pueden hacerse presentes a través de plagas, pestes y cataclismos. Y, aunque cristiano, él asistía como observador a los rituales mapuche pues, como se señala en una nota periodística, “le tenía un profundo respeto, e incluso temor, a lo inmaterial”. “Siempre me hablaba de los brujos, que toda nuestra familia falleció por una brujería que le hicieron los familiares”, asegura su sobrina, hija de su hermana (Radovic, 2020). Y los brujos obran a través de figuras poderosas como el witranalwe, ser sobrenatural que se construye a partir de los huesos de un difunto y la carne de otros cadáveres y que se anima mediante un soplo. Tras ser devuelto a su hogar por los centros médicos en dos ocasiones, finalmente el hombre fallece con una examen Covid-19 positivo y pensando en la muerte de su propia comunidad. Tras su entierro, su hermano, quemó todas sus pertenencias, partiendo por la ropa: “Teme que al ponérsela por error, corra el mismo destino”, agrega la nota periodística.
Las dos tragedias – la de Wuhan y la de Lolcura – son sintomáticas de las dislocaciones cósmicas y los desenlaces experimentados desde perspectivas culturales distintas en lo que a las relaciones entre los seres vivos concierne. Permiten, en este sentido, ilustrar las formas que distintos pueblos tienen de constituir un fenómeno y sus funestas consecuencias e indagar acerca de los modos de conjurarlo, al tiempo que informan acerca de las salidas posibles para la regeneración de la vida tanto humana como en general. Este es el tema que aquí abordamos.
La patológica interacción entre animales y humanos que generó el Covid-19 no parece ser una excepción. Al contrario, lo que indica el creciente número de emergencias epidemiológicas registradas en los últimos años alrededor del planeta producto de la zoonosis (gripe aviar, gripe porcina, ébola, zika, MERS, COV, entre otras), es que estamos viviendo una época donde el ser humano se ha tornado el principal agente modelador del sistema tierra. El Antropoceno, por lo tanto, refiere a este momento de la historia en el que los seres que habitan el planeta están intensamente conectados, influenciándose mutuamente, pero cuyo patrón de interacción está dominado por las preferencias del hombre – antropo - y del lucro – capital, en un trayectoria que camina irremediablemente hacia la devastación del planeta (Haraway, 2016).
El Coronaceno representa un momento de la historia, corto pero intenso, que deviene de un prolongado proceso de ocupación y alteración de las dinámicas ecológicas, y al mismo tiempo, de reducción de derechos y privatización de servicios sociales. El paisaje fantasmagórico del Coronaceno, para usar el término propuesto por Anna Tsing (2017), se despliega con dos caras que remiten al mismo proceso de devastación terráquea: por una parte, como apariciones de un mundo natural cercenado y desplazado a los confines del planeta y, por la otra, con el rostro del hambre que permanecía olvidada en la trastienda social. Los paisajes embrujados quedan grabados en las narraciones orales – epew, en el caso Mapuche – que dan cuenta de la transfiguración de los seres humanos y no humanos en híbridos puestos al servicio de la dominación.
En la lectura de la actual pandemia y, sobre todo, de los caminos hacia su conjura, la experiencia de los pueblos originarios y comunidades locales puede ser iluminadora. La figura mítica del witranalwe, espíritu vagabundo del mundo mapuche, ilustra el desorden cósmico generado en la relación entre los diversos dominios de la vida producto por los procesos de expansión del capital. Del mismo modo que el coronavirus depende de otros seres, de los que se alimenta para poder existir: reclama la sangre de los seres humanos, se transforma a través de los huesos de difuntos e inclusive pide el sacrificio de los hijos.
La presencia del witranalwe, de acuerdo a los territorios, adopta diversas versiones, interpretaciones y percepciones siendo común denominador su asociación con el aura de la persona que deja de ser che (gente), y cuyo am o espíritu queda en condición de alwe o ánima “deambulando en el mapu” (la tierra) puesta al servicio de intereses que contrarían a la comunidad. Quien deja de ser che, se convierte en una fuerza no sometida al control tutelar de un espíritu protector o ngen, lo que le vuelve manipulable por otras agencias sobrenaturales (Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato, 2001, p. 640). El witranalwe es constatación de ello, como bien lo sugiere Sara Larraín (1988, p. 83), “no colabora en la sobrevivencia de los vivos, sino que se mantiene a costa de ellos”.
La presencia del witranalwe evoca la plaga que, por su impredictibilidad, tiene un carácter atmosférico. Su naturaleza emergente, su condición de proceso a la espera de ser contenido por la magia, la técnica, la política, la ciencia, o la disciplina, devanea asolando territorios y dando zarpazos por doquier. El mundo bajo la pandemia se vuelve fantasmagórico, evocando la concepción de pueblos que, como el Mapuche, intuyen presencias intervinientes de las que la razón no es capaz de reconocer. Su presencia importa cuidados rituales que las personas deben observar a fin de neutralizar su acción. Estos cuidados suponen la observación de prácticas que, por una parte, mantienen un regimen de reciprocidad entre vecinos, y, por la otra, de cuidados particulares debidos a otros seres vivos y fenómenos naturales: el agua, los árboles, las piedras, son todos depositarios del cuidado y respeto que, finalmente, resulta ser protector para la comunidad en su conjunto.
¿Cuál será el discurso hegemónico que pevalezca esta vez para dar cuenta de la pandemia?, ¿cuál será el orden de cosas a ser normalizados tras las actuales circunstancias? La respuesta está en manos de quien controle la pandemia del mismo modo que es quien domina al witranalwe, quien logra finalmente hacerse de la situación. La competencia por la vacuna es el equivalente a la carrera espacial de la Guerra Fría. Y los modelos que los principales candidatos proponen llevan al disciplinamiento centralizado del tipo chino, el nacionalismo tecnocrático empresarial al modo norteamericano o a la formula internacionalista surgido en la postguerra. Cualquiera sea la salidadiscursiva, ninguna se hace cargo de las pistas radicadas en la vida cotidiana de los pueblos que permiten conjurar la pandemia. Son estos los modelos que interesa conocer y explorar más allá de las hegemonías que pudieran establecerse.
Cuando se pregunta a la Primera Ministro de Barbados, Mia Mottley, acerca del común denominador de las mujeres líderes que han gestionado de mejor modo la pandemia a nivel mundial, la respuesta es simple: “Cuidado (care)”. El cuidado constituye la piedra angular de los ritos que regulan las relaciones con los seres no humanos en buena parte de los pueblos originarios del mundo. El proyecto a incubar en la conjura de la pandemia no puede ser el de la restauración: no es el orden precedente lo que más garantías da para encarar el futuro inmediato. Y esto invita a revisar aquellas prácticas locales que, en la periferia del capitalismo avanzado, han logrado conciliar de mejor modo la relaciones entre las especies.
La esperanza de la conjura, por fin, no puede ser propiciatoria de un ser fantasmagórico del que solo deviene la esclavitud. Por el contrario, el repertorio cultural de los pueblos invita a reconsiderar los conjuros para encarar al bicho nacido de la ambición. El alineamiento de los seres y circunstancias exige, en su base, la reciprocidad. La exigencia de establecer relaciones directas con las demás especies, de considerarse como una más entre ellas. Tal es la condición de prevalencia de prácticas que resisten el sometimiento. La reciprocidad y las restricciones – tabúes – a que invita el buen vivir, clausuran las ramificaciones de un sistema fundado en la ambición y el despojo.
*Esta columna es un extracto del manuscrito de los autores: “Fantasmagorías en los tiempos del Coronaceno: Transgresiones y conjuros para la supervivencia”
*Ilustracion de Eduardo Araos (https://www.instagram.com/folhascrea/)
Referencias
- Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. (2001). Informe Final de la Comisión de Trabajo Autónoma Mapuche (Tomo II, Vol. 3, Anexo; p. 505). Gobierno de Chile. http://www.memoriachilena.gob.cl/602/articles-122901_recurso_7.pdf
- Haraway, D. J. (2016). Staying with the trouble: Making kin in the Chthulucene. Duke University Press.
- Larraín, S. (1988). El mito de Huitranalhue en la narrativa mapuche. WENULEUFU, Camino al Cielo Colección Aisthesis No7, 75–100.
- Radovic, P. (2020, Abril 26). El brote maldito de Angol. La Tercera, 22.
- Tsing, A., Swanson, H., Gan, E. & Bubandt, N. (2017). The Arts of Living on a Damaged Planet. Minneapolis: University of Minnesota Press.